El cuento, “Los Dos Reyes y Los Dos Laberintos,” por Jorge Luis Borges, me interesa mucho porque aunque es muy sencillo y corto, hay muchas oportunidades de análisis y reflexión. Las palabras de Borges parecen muy cuidadosas y deliberadas y llevan mucho poder. El narrador tiene un tono distinto que comunica su opinión de la situación. Por ejemplo, su referencia hacia Alá demuestra que es un hombre de fe y que se pone del lado del rey árabe. Todo el cuento es una comparación entre dos mundos: Babilonia y Arabia. Los dos lugares contrastan en casi toda manera, incluyendo religión, valores materiales, complejidad, y niveles de civilización. Según el autor, el rey de Babilonia trata de manipular la autoridad celestial por controlar las emociones humanas de confusión y maravilla. Su construcción de un laberinto representa su orgullo en la complejidad de la civilización y el materialismo de su sociedad. El rey de árabe simboliza un creyente devoto de Dios quien tiene las virtudes de paciencia, fe, obedencia, y simplicidad. Cuando está en el laberinto, se siente muy afrentado, pero implora socorro divino tranquilamente—una acción que distingue el rey árabe de todos los otros babiloneses que se perdían en el laberinto.
Me impresioné mucho que el rey árabe no se quejó de nada después de escapar del laberinto. Supo que era un asunto de Dios y que no pudo tomar el castigo del rey de Babilonia en sus propias manos. Luego, Alá le presentó al rey árabe la oportunidad de vengar su humillación pasada y el rey árabe utilizó las características de su propio estilo de vida para castigar al otro. Su laberinto consistió en el desierto y nada más—una manifestación de sus valores simples y su armonía con el mundo de naturaleza. En vez de usar un edificio complejo para su laberinto, sólo dependió del mundo natural que creó Dios. Y en el desierto, el rey de Babilonia no pudo usar medios humanos para navigar el laberinto sino la ayuda de Dios; un ser que no existía en su mente pagana y que no iba a salvarlo.